martes, 26 de julio de 2011

Psiquiátrico

Publicado originalmente aquí por mi 

Esa cantinela de nuevo, de donde salía no tenía la mas mínima idea pero siempre estaba ahí sofocándola haciéndola sentir impotente, impertinente cancioncilla infantil que retumbaba en las paredes de su cráneo cubierto de cabello espeso del color de la brea.
Hacía cuanto tiempo que estaba en ese lugar de blancas paredes , donde todo olía a cloro y medicina, donde cada día a las siete de la noche pasaba el enfermero en turno en su ronda abriendo su puerta y apuntando hacia ella con esa lámpara de luz amarillenta.
Una vez al mes le dejaban ver el sol, la sacaban al jardín interior y esa vez al mes les veía a todos aquellos que estaban en su pabellón siempre separados por blancas paredes. Una vez al mes el sol tostaba su blanca piel y le hería los ojos marrones acostumbrados a la penumbra. Y ese día ella era feliz, porque al volver a su cama, al ser atada con firmes correas de cuero al hierro frío,  le sentía.

Sentía como ese dolor, ese calor se extendía desde sus muñecas hasta el centro de su ser, como ese dolor no le provocaba sufrimiento, como esa firmesa (¿?) le sentaba como una caricia . Como ese rose de su piel contra el cuero marrón le provocaba escalofríos de placer.
Le sentía revivir en sus entrañas, le sentía al arquear su espalda y moverse tironeando las correas  para le sangraran la piel y llegaran a sedarle con ese liquido que corroía sus venas provocándole una sensación de quemazón bajo la piel que tanto le gustaba, mientras le curaban con alcoholes y agua oxigenada las heridas, le recordaba incesante e insistentemente en su memoria.
Y el dolor, le producía es placer que la hacía dormir como un bebé.
Y todos sabían porque estaba ahí , eran días difíciles, días obscuros , días cuando la perversión era una enfermedad, días en los que el dolor no debía producir placer sino temor. Eran de esos días en los que ella fingía demencia para ser encerrada donde mas placer encontraría.
Días donde dentro de esos lugares de paredes altas y blancas aun se torturaba para curar, sin ponerse a pensar que tal vez ella que se arqueaba de éxtasis al sentir el dolor, no estaba enferma y no se curaría , pues su remedio era su locura.
Su tratamiento plagado de dolor era su propio delirio de pasión 

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